Llegan los últimos días de mayo. Si bien no vivimos un frío invernal, el clima te lo hace sentir. Hoy no me sentí muy a gusto para manejar. El cielo gris, hace días está gris. Fiel reflejo del alma que también siente que un capítulo de la vida debe cerrarse, finalizar, como este mes, para dar paso a una temporada muy dura, muy fría. Me decidí a caminar. Poca gente en las calles. Para llegar al instituto debo pasar por una pintoresca avenida, con dos plazas, iglesias, estaciones de policía y una escuela. También a cincuenta metros de un liceo. Oigo mis pasos sonar en la acera húmeda. La neblina matinal se disipa, pero la humedad se siente aún. Está lloviznando. No caen gotas, no. Sino que son pequeñísimas gotitas que vuelan al compás del viento. Llego a la plaza. Enfrente está la Quinta Seccional de Policía. Al lado, la Escuela Nº 5. No hay casi niños en la plaza, pues hace ya un par de horas entraron a clase. Hay, sin embargo, muchos estudiantes de secundaria, que escapados o esperando a entrar en el siguiente turno, esperan conversando en la plaza, sentados en los bancos. Me llama la atención una parejita. Dos muchachos. No deben tener más de 17 años. Él habla. Ahora habla ella. Se abrazan. Súbito... el viento del sur golpea. Me parece que se lleva todo el entorno consigo. Cuando llego adonde están, en el refugio de la parada de ómnibus... ellos ya no están. De hecho, todo cambió. Es otro lugar. Otra zona. Otra parada. En el lugar del muchacho estoy yo. Me miro en el reflejo de un charco de agua, y nuevamente... mis canas no están. Tampoco tengo arruguitas. Mi cara es la que tenía 14 años atrás. Levanto la vista... y ahí está ella. Quien fuera hasta este día mi amiga de todas las horas. Mi mejor amiga. Paula. La había conocido cinco años atrás. Nos había presentado una amiga que teníamos en común. Era de esas personas con quienes congeniás enseguida. Muy bonita, por cierto. Si fuéramos a numerar, ella era un 9, yo un simple 4. Nuestra amistad había florecido tanto, que a pesar de vivir lejos no pasábamos un día sin hablarnos. No, no había Internet todavía. No todo el mundo tenía una computadora. Pero había cartas, teléfonos, y ella tenía un empleo por el que tenía que viajar casi a diario. Yo iba a verla casi todos los días. Cuando podía. Me encantaba pasar tiempo con ella. No miento cuando digo que hubiera hecho cualquier cosa por ella de tanto que la quería. Quiero pensar, o creer, que el sentimiento era mutuo. Nos entendíamos con sólo un gesto, sólo una mirada bastaba para preguntar o contestar algo. Pero como suele pasar con las relaciones platónicas, a veces dejan de serlo. Un día, suena el teléfono:
-"Hola!"
-"Holaa! Paula! ¿Cómo estás?"
-"Bien. Mirá que hoy me quedo, no vuelvo a la tarde."
-"Buenísimo! Porque íbamos a salir con los chiquilines y estaría genial que fueras. ¿Te voy a buscar?"
-"Sí, bárbaro. Me quedo en lo de la abuela de Míriam. Como a las siete está bien."
(Espectacular. A 150 metros de casa. O sea, de casa de mis padres. Vivía con ellos.)
-"Bárbaro."
-"Sabés que me enteré de algo? Me contaron que Laura gusta tuyo."
Laura. Amiga entrañable de mi hermana. Yo no la soportaba. Aparte tenía una cuenta que cobrarme.
-"Ah sí?, no sabía"
-"Mirá, estuve pensando y podemos hacerle una broma. ¿Viste que está diciendo que vos y yo somos novios?, bueno, cuando estemos juntos, podemos hacer como que somos novios a ver qué cara pone, ¿qué te parece?"
Mi corazoncito latía a mil. Paula, mi mejor amiga, por quien yo empezaba a derretirme.... bueno, sacá vos las cuentas.
En fin. Acepté.
Llegó la tarde. Salimos. Pizza en La Nevada. Nos sentamos juntos, como siempre. Conversamos, como siempre. Pero Paula me tocaba más de la cuenta... como nunca. Me acomodaba el cuello de la camisa. Me acomodaba el pelo. Cosa que jamás dejé a nadie hacer. Me peinó a "su gusto".
-"Ahora sí, me gustás en serio.". Esas palabras se me grabaron a fuego. Todavía las oigo, con su acento. En una me pregunta la hora. Cuando voy a decírsela, me toma de la mano y me saca el reloj. Vi de reojo la mirada fulminante de Laura, cómo se codeaba con mi hermana ante el "sacrilegio" cometido. Miró la hora, volvíó a tomar mi mano y acomodó el pesado reloj en ella.
Vivimos muchas otras anécdotas, hasta que llegó del día de definir las cosas. ¿Qué éramos? ¿Amigos? ¿Novios? ¿Qué?. Acordamos hablar esa tarde-noche. Ya no recuerdo la fecha. Tal vez el hecho ya no duela tanto. Mis padres me aleccionaron antes sobre qué decir y cómo decirlo. Pero no te olvides de algo: Esto es el diario de una idiotez. Sí. En el trayecto, cambié todo. Mis miedos e inseguridades me ganaron. Sí le dije todo lo que sentía, lo cual estoicamente escuchó en silencio. Se me fue la mano en un calificativo en especial. No reaccionó. Finalicé con un -"Paula por favor, entendeme que esto no es una declaración.." A lo cual me cortó, "No, te entiendo bien. Me estás abriendo tu corazón.". ¿Cómo no te iba a querer, si sabías lo que estaba pensando antes que siquiera lo dijera?. Parece mentira que fue la primera gran idiotez de mi vida. Le pedí que dejáramos de vernos un tiempo, para aclarar mis ideas. Tres meses fue lo que pedí. Me dio más de trece años, y aún no hemos vuelto a hablar. Tal vez fue que elegantemente comentó entre sus amigos cosas que yo había dicho esa noche. Tal vez fue la humillación a la que me sometieron algunos de esos "amigos", idiotas que ven en la desdicha ajena una oportunidad de sentirse menos miserables. O la simple envidia de ver una amistad florecer en otro tipo de relación lleva a buscar arruinarla por todos los medios posibles. No sé. Pasaron años desde aquella noche. Tiempo después me enteré que Paula fue a verme junto con Míriam. Yo no estaba en casa. Pero me enteré años después de su visita. Mis padres jamás me lo dijeron. Yo tampoco la busqué. Pasaron años, y si bien olvidé la fecha, la hora exacta; las palabras siguen sonando en mi cabeza como si fuera aquella noche. Las emociones también. Hoy estoy casado, ella también. Mucho tiempo pasó, y si bien coincidimos en lugares, no hemos vuelto a hablar. ¿Orgullo? Puede ser. Aunque me inclino por estupidez. De mi parte al menos. Lo que creo que es una lágrima por el recuerdo resulta ser una gota por la llovizna. El paraguas no sirve de nada. La seco y continúo. Ya soy el mismo de hoy. En quince minutos tengo que llegar a una clase. ¿Qué cosa, no? ¡Cuántas cosas se reviven en un momento, cuando la niebla se torna en lluvia!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario